Leyenda del cardenal
Dice que, durante la pasión de nuestro Señor, se estremecía no solo la tierra y la gente que acompañaban a Jesús a su destino de morir cruelmente en la cruz agonizando. También los animales lo hacían, los pájaros pararon su trinar, esperando el desenlace de este tétrico acto.
Un avecita no podía dejar de mirar al hombre azotado con látigos de puntas de plomo, que abrían surcos en la espalada del Salvador era un ave de plumas blancas y alas azules vio como los bárbaros soldados lo crucificaron y le pusieron una corona gruesa de sicomoro de espinas largas en la cabeza mientras se burlaban y le daban golpes con unas cañas miro que una de las espinas se alojo en la frente desprendiéndose de la corona clavándose como una estaca también observo a los soldados jugar dados. Las vestiduras del Hijo de Dios.
Todos resignados, se alejaban por el evidente temporal que se avecinaba.
Voló con aleteos suaves para verlo más de cerca y percibió que con los ojos le pedía que le sacara la espina de la frente pero no tenia como poder pagarle, le habían quitado todo camino al suplicio voló con todas sus fuerzas estirando la astilla de la espina saltando un chorro de sangre que le empapo la cabeza dejándolo purpura agradeció con una mirada tierna y le dijo, con su mirada fija:
-“Este obsequio te va distinguir como príncipe de las aves.”-y murió Jesucristo.
Ese momento expiró. Por ello, los cardenales llevan una quipa (sombrero) púrpura, son príncipes del catolicismo.
Fue a ver su cabeza reflejándose en el río, se lavó mucho su manchón de sangre y ¡no salió la mancha!
Aceptó el regalo humilde de su creador, con mansedumbre y resignación, mantiene hasta hoy su color inalterable.
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